Cuando uno levanta la vista de su plato de lentejas se encuentra con una visión más amplia. Cuando uno levanta más la vista, la visión crece más.
Podemos imaginar cómo podía ser vivir en la Edad Media, en una dictadura militar (los que no vivimos en una), en la época del Imperio Romano, en el antiguo Egipto... o más allá. Al hacerlo es fácil percibir los avances que han acaecido en la humanidad. Al menos en las sociedades tecnológicamente avanzadas, la suerte que tenemos.
Cuanto más levantamos la vista, más calmo es todo: el silencio del Universo, el pequeño planeta que nos acoge flotando en él. La gran calma que no entiende de nuestras pequeñeces, del pelo que hay en mi sopa. La paz interior (que es la única paz que existe, por cierto) ante una puesta de Sol, en la visión de una montaña, en la lectura de ciertos poemas. En la contemplación en sí misma, en la vida por el hecho de existir, incluso en la existencia misma por el hecho de existir. Cuando estamos conectados con nosotros mismos, de forma sincera y profunda, todo esto se revela. Es un hecho que la experiencia muestra.
Nuestro ego no es simplemente ese presuntuoso personajillo siempre hambriento y exigente. Si así fuera, la mayoría de las personas lo tendrían controlado, como de hecho se tiende a pensar. Nuestro ego es mucho más complejo, tiene muchas caras. Algunas de ellas, por ejemplo, nos muestran que es imprescindible en nuestra vida, y nos hacen estarle agradecidos porque exista. Otras nos enseñan que también es, en parte, un personaje perfectamente bondadoso, pero que no suele levantar la vista de su plato de lentejas, aún cuando él piense que sí.
Estos días está habiendo mucho revuelo en Madrid. Las manifestaciones del 25-S han generado todo tipo de reacciones. Para los que estuvimos allí y apoyamos el movimiento, ese movimiento legalizado y que no interfirió con el funcionamiento del Congreso, además de legítimo, varias cosas nos cabrearon y entristecieron (y siguen haciéndolo hoy). Personalmente, destaco la actitud y declaraciones de miembros del gobierno antes y después del acto, ciertas actitudes policiales (infiltrados agitadores y verbalmente violentos, en vez de conciliadores o neutros; o la que se montó en la estación de Atocha) y también la actitud y opinión de las personas que no están de acuerdo con esta protesta, algunas de ellas personas muy cercanas. No voy a analizar estas cosas, no estoy escribiendo para eso; por suerte, hay muchos artículos esclarecedores, brillantes, cabales y preciosos, incluso, ya publicados en internet en esta línea.
La reflexión que me hago y transmito aquí es otra. ¿A quién duele todo esto que he nombrado? Bueno, aparte de al cuerpo de quienes recibieron golpes, claro. Es obvio: a nuestro ego. Toda esta entrada sería absurda por simple y ridícula si se quedara aquí. Pero, ¿y si levantamos la mirada, especialmente ahora que nos arrastran las emociones intensas, pasionales, instintivas y egoicas? Hago la prueba, y descubro que aún puedo conectar con mi parte más esencial y profunda, y la calma vuelve (o, como poco, se deja ver). Pienso en la Historia, en la evolución de las civilizaciones, y en cómo la consciencia colectiva ha ido aumentando de forma neta, independientemente de regímenes y eventos puntuales. Pienso que hay ahora más consciencia que nunca.
Y me doy cuenta de que el sentimiento de frustración que siento es propio de alguien que ve algo que no le gusta, algo con lo que no está de acuerdo, y exige a gritos que eso cambie, que la consciencia crezca más y el común de las personas que viven en mi país se dé cuenta YA de lo que yo veo. En fin, todo eso de despertar, ver cómo una casta politicoeconómica endogámica mangonea, etc., y exigirles que se vayan de los cargos que ocupan. Que se vote y no vuelvan a salir "los de siempre", etc. Pero querer que lo que yo veo mal se arregle ahora mismo, exigirle a nadie que vea las cosas como las veo yo inmediatamente, etc., es la voz del ego. Pura y dura. ¿Y la otra voz, la voz profunda, limpia, calma y pura que nos viene de más adentro, de una esencia más primordial? ¿Acaso esa voz nos dice "sé oveja, no levantes la voz, vive en el rebaño"?
La escucho. No, no dice eso. Al contrario, me dice que ya veo la dirección en que es bueno ir. Me dice que ir a favor del aumento de consciencia colectiva es el futuro, me dice que empuje hacia ahí. Pero también me enseña la importancia de la calma y la humildad. También me cuestiona quién soy yo para exigirle a nadie que sea diferente a como es. Me pide calma, me hace ver que el ejemplo es la única forma legítima y efectiva. Por fin, me muestra que esto es algo que va a ir sucediendo, y que está muy bien que yo ayude a ello; pero que el ritmo y la velocidad no la marco yo, no la marca nadie en concreto. Sumándome, ayudo a que la velocidad crezca, pero sólo eso. Y me hace ver que no tengo derecho a exigir lo contrario.
Así que, ahora, desde la calma y el sosiego, sonriendo, pienso que seguiré empujando. Ahora sé que seré siempre inasequible al desaliento, y no por fuerza o "por cojones". Al contrario: sin rabia siquiera.
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