viernes, 14 de septiembre de 2012

Abiertas las puertas del Templo.


Hoy es mi cumpleaños. Ayer, sin tener este dato en mente, decidí ser más prolífico en el blog. Decidí que para ello es mejor trenzarlo más con mi vida diaria, y no sólo con reflexiones esporádicas; algo que me cuesta. Por tanto, tengo intención de escribir mucho más, casi a diario o por lo menos semanalmente, tiñendo más el blog de mis vivencias del día a día.

Para mí esto significa abrir, tímidamente, las puertas del Templo. Digamos, del templo exterior.

Seguramente escriba por las mañanas desde el trabajo, en uno de esos momentos de tranquilidad que a veces se hallan. Esto significa que las entradas estarán algo tintadas por lo que leo en el metro (de Madrid) viniendo a trabajar, ya que lo que allí leo resuena en mí durante toda la mañana y su eco sólo se apaga cuando el sonido de mi estómado gruñendo por comida lo tapa a mediodía.

Así que lo de hoy está escrito sobre un fondo del color del libro 'La Arquitectura' de Hegel (parece que el libro forma parte de otra obra más amplia, seguramente sobre el Arte, pero la publicación de la editorial Kairós no dice nada al respecto). Allí describe Hegel la arquitectura de las grandes construcciones egipcias. Y un ignorante como yo en tales cuestiones no puede por menos que asombrarse ante las descomunales estructuras que describe, citando frecuentemente a Herodoto. Templos inmensos, de tres mil estancias, de proporciones difíciles de asimilar si no se ven... y yo no las he visto.

Uno se imagina paseando por allí en silencio, por ejemplo en un atardecer, y todo lo que se me viene es una sensación de humildad, de veneración ante figuras gigantes, ante dioses viejos y terribles. Algo repetido hasta la saciedad en la literatura (se me ocurren ahora mismo nombres como Lovecraft o el Barón de Maupassant), pero muy intenso cuando se redescubre en las propias carnes. A uno le da por ensoñar e imaginar y preguntarse, ¿qué veían esos viejos sacerdotes egipcios, qué veían esos antiguos faraones-dios? ¿Qué terribles e inmensas visiones poblaban sus sueños, tales que les llevaban a levantar esas monstruosidades?

Qué humilde se sentiría uno paseando entre esos grandes templos... Normal que, en su núcleo, donde sólo entraba el Gran Sacerdote, se escondieran los Misterios; tendría que ser muy osado aquél que, tras pasar entre esas piedras gigantes y llegar al límite del núcleo, aún se atreviese a ir más allá... Para él no estaban abiertas las puertas del Templo.


Como banda sonora para ese silencioso paseo mientras cae la noche se me viene a la mente algo oscuro, misterioso, fascinante y, sobre todo, difícil de definir y profundo. Por ejemplo, alguna pieza de Eleh (con cascos o en silencio, y bien alto, por favor):



No hay comentarios:

Publicar un comentario