lunes, 8 de octubre de 2012

Hay otros mundos, pero están en éste.

Es asombroso hasta qué punto buscamos irracionalmente (o subconscientemente) la seguridad, sobre todo sorprende cuando uno comprende que ese anhelo es imposible de satisfacer, y que la vida es un proceso y no un conjunto de fases estáticas (y "seguras"). Una de las formas de pretender lograr esa seguridad es mediante la capacidad de formarnos una idea del mundo más o menos acabada y completa.

Pero sólo con estar atentos, con ganar en lucidez, atención y consciencia resulta obvio que una imagen del mundo adecuada a uno mismo debe ser, en sí misa, un proceso: cambiante y fluida sin pausa.

Por ejemplo, uno puede tener en mente una imagen más o menos cerrada del mundo adecuada a los conceptos que hoy rigen la sociedad occidental, como método científico, mecanicismo, materialismo, el concepto de "científicamente demostrado", etc. En mi opinión, todo esto es ya caduco y forma parte del paradigma del pasado, pero persiste fuertemente hoy. A veces basta con preguntarse qué comprensión del mundo tienen o tenían personajes admirados precisamente por sus cualidades en materia de  dicha comprensión del mundo, para darse cuenta de que es muy posible que se nos escapen muchas cosas, y que ciertamente hay otros mundos, pero están en éste.

Leyendo una biografía de Rudolf Steiner, escrita por Gary Lachman, y que estoy disfrutando como un enano, se encuentra uno con reflexiones del tipo: "¿qué comprensión tenía Goethe del mundo?" Goethe, nada menos:



"Goethe y Schiller coincidieron en una oportunidad en una conferencia científica, donde mantuvieron una célebre conversación que a Steiner le complacía repetir. Schiller abrigaba el deseo de que los científicos pudieran aprender a hablar de la naturaleza de otra forma, menos fragmentaria e inconexa. Goethe afirmó que existe <<una manera diferente, activa y viva, de aprehender la naturaleza, esforzándonos por comprender las partes desde el conjunto>>. Hacía alusión a los resultados de una serie de experimentos que acometió con objeto de comprender el crecimiento de las plantas y que plasmó en su libro La metamorfosis de las plantas. Explicó que, mediante un largo procedimiento de disciplinada <<observación imaginativa>>, había logrado transportarse a sí mismo al punto en el que era capaz de percibir -y eso significa, de hecho, ver- el arquetipo de todas las plantas: la planta primigenia a partir de la que todas las plantas se habrían desarrollado, aquella que él denominó Urpflanze. Al replicarle Schiller que eso poseía cierto interés pero que no era más que una <<idea>>, Goethe repuso que, en tal caso, tenía <<ideas sin saberlo, y que hasta puedo verlas con mis propio ojos>>. En su juventud, Goethe tuvo una experiencia similar de visión imaginativa en la catedral de Estrasburgo: tras pasar varios días observándola y dibujándola desde diversos ángulos, e incluso subiendo a su torre para curarse del vértigo que padecía, hizo saber a unos amigos que el edificio estaba incompleto. Asombrados, éstos le preguntaron cómo podía saberlo para corroborar, al consultar los planos originales, que estaba en lo cierto. Le inquirieron sobre quién se lo había dicho y Goethe contestó que había sido la propia catedral. <<La observé durante tanto tiempo y con tanta atención, y puse en ello tanto afecto, que decidió revelarme su patente secreto>>."

Hay que ser muy ciego y soberbio para rechazar la concepción del mundo de alguien como Goethe de un simple plumazo...

Y ya que estamos con este libro, una marca sobre el propio Rudolf Steiner, para alertar de lo absurdo que resulta tachar rápidamente de farsante o fantasioso a alguien con una obra polémica (a la vista del paradigma caduco que aún rige); alguien con una profundidad espectacular:

"Si se tiene en cuenta la escasa cantidad de tiempo libre que debían dejarle la enorme cantidad de deberes que le eran encomendados en la escuela y las largas caminatas diarias, será posible hacerse una idea del grado de pasión que debió embargar a aquel quinceañero como para empeñar hasta su último minuto disponible embebido en una de las obras más difíciles del pensamiento humano [Crítica de la razón pura]. El estilo austero y pedante de Kant es proverbial y cabe preguntarse hasta qué punto el estudio que el joven Steiner realizó de su obra influyó sobre el estilo con el que, posteriormente, redactaría sus libros sobre ciencia espiritual. A pesar de dedicar todo el tiempo posible al estudio del filósofo, no hizo ningún avance significativo hasta que logró pergeñar un método tan práctico como furtivo. Las clases de historia en la escuela eran muy aburridas pero se convirtieron para él en la ocasión de pasar más tiempo con Kant cuando se dio cuenta de que el profesor era demasiado holgazán como para prepararse las lecciones y, en su lugar, se limitaba a recitar a sus alumnos los contenidos del libro de texto. Steiner leyó por su cuenta el manual de la asignatura en pocos días, desencuadernó su volumen de Kant y fue adhiriendo los pliegos dentro del libro de historia; de manera que, mientras a simple vista parecía que atendía al texto, en realidad estaba batallando con conceptos tan densos como las antimonias de la razón o la posibilidad de los enunciados sintéticos a priori. Así fue como, según cuenta él mismo, poco a poco llegó a entender los que decía Kant y obtuvo un sobresaliente en su examen de historia."

Yo no me atrevo a mofarme de la concepción del mundo de alguien así...


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