viernes, 17 de mayo de 2013

Sueños sombríos. Pesadumbre que impregna los recovecos del alma, incluso los soleados. El ánimo umbrío, irritable, como si una amenaza, lejana pero inminente, cubriera la vida como un oscuro manto. Así días y días, así las dos últimas semanas en Madrid.

Sacude la cabeza, afina la percepción del sentir, se eleva sobre lo inmedito. Logra separar, por un lado, el estado anímico; por otro, las circunstancias personales de su vida y de su entorno, que rápidamente ha mezclado, fijado, pegado a su estado. Así, le queda el estado anímico en sí, se centra en él y lo ve con mayor claridad, sintiéndolo y pensándolo, sin asociaciones gratuitas preconcebidas. Se sorprende, ¿y sí...?

Mira alrededor, dedica casi toda su atención diaria a observar los ambientes, sobre todo los de convivencia de personas; descubre las mismas cualidades que le apesadumbraban, ahora fuera, presentes en el aire, en el ambiente. Puede ir mirando a las personas, una a una, y va descubriendo, matices personales aparte, estados y emociones comunes, idénticas entre sí e idénticas a las suyas. Empieza a percibir, despacio, sin proponérselo, una corriente subyacente e invisible, que ha ido impregnando una ciudad entera y quién sabe cuántos lugares más, en las últimas dos semanas. Es externa, en cierto sentido. Es interna, en otro sentido. Pero en ningún sentido es propia 'per se', sólo que quien no la percibe la ha hecho propia.

Mira el clima. La extraña primavera fría y desapacible tiene algo que ver, pero no es la causa. Recuerda algunas obras fantásticas, como El Señor de los Anillos. Las tropas de Mordor vienen con nubes y tormenta, pero las nubes y la tormenta no son lo dañino. Hay tormentas y días nublados maravillosos, pero sin tropas oscuras amenazantes. No es el caso.

No entiende nada, tiene la sensación de haber mirado un poco, tímidamente, a través de un velo. Tras la incertidumbre y la desorientación iniciales, decide actuar. Será un pequeño Sol en medio de la tormenta; en la medida que pueda, iluminará a su alrededor, más allá de esa corriente sombría. Ahora que la percibe (y la percibe cada vez que se concentra en ello, sintiéndolo), puede percibir la parte ajena que trae, separarse de ella y elevarse. Quizá así ayude a que esa extraña corriente no arrastre a la gente que el rodea, al menos un poco. No se cree mejor, ni superior al resto; quizá afortunado. Poner lo que ha percibido en su voluntad, al servicio del resto, en silencio, le otorga fuerzas nunca sospechadas. Mucho menos, sospechadas en aquellos días de pesadumbre individual.


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