Otra temporada sin publicar. Otra vez compruebo cómo este ejercicio de escritura se complica un poco, cómo lo tengo presente (a diario, incluso), cómo mil ideas hierven en mi interior y se van hilando, pidiendo ser expresadas, escritas. Estrictamente hablando, no es cuestión de tener tiempo para escribir, sino de tener tiempo de escribir: tiempo suficiente en ese estado especial, fuera de lo común, en el que uno conecta con la parte de su alma en la que habitan las cualidades de expresar lo interior. Es un estado diferente al de leer, al de trabajar, al de conversar; es ese estado en el que me quiero ejercitar y por por cuyo ejercicio abrí este blog.
Hoy se me ocurre algo para sortear, al menos en parte, modestamente, esas temporadas en las que no alcanzo el estado de escribir el tiempo suficiente y el tiempo oportuno para poder publicar. Simple: compartir algo de música. Debería ser fácil para alguien a quién la música le da tanta vida.
Así que vamos a hacerlo. De forma sencilla, sin pretensiones, como salga. Pero, siempre, calidad. Dejemos que la música hable, que muchas veces dice uno más de sí mismo declarándose enamorado de cierto grupo que lo que podría decir en una autobiografía de dos mil páginas.
Qué buenos son Motorpsycho, y qué gran álbum nos regalaron en 2012. El rock progresivo no puede morir, su propia naturaleza lo impide.
Para catarlo, nada más y nada menos que las dos primeras canciones que abren el disco, y la absoluta maravilla que es la tercera.
Cuando uno se acostumbra al aire sesentero (por las voces y por las guitarras acústicas y ocasionales flautas, sobre todo) sin que le suene a "un poco rancio", entonces el disco se despliega en toda su maravilla.
Os dejo, voy a secarme la barbilla.