1.- Ver llover en la calle, de noche, fuera. Ser consciente del frío que hace en el exterior.
2.- Ponerse el pijama y meterse en la cama. Arroparse bien. Apagar la luz. Cerrar los ojos.
3.- Con la llegada de la somnolencia, imaginar que la cama es una barca mecida en alta mar. Imaginar que las mantas te protegen de cualquier salpicadura de agua, de la lluvia, del viento, de cualquier posible tempestad.
4.- Saber que el mar en el que eres mecido es insondablemente profundo, oscuro y tranquilo.
5.- Saber que en ese mar no hay peligros, no hay amenazas. Además, una barca como esa no puede volcar, es imposible. Esto es así, ese mar y esa barca, porque son creaciones tuyas.
6.- Oir el sonido rítmico de las olas.
7.- Sonreir, dormir, soñar.
jueves, 21 de febrero de 2013
miércoles, 13 de febrero de 2013
Redes como mares
Algunas cosas no por repetidas son más visibles. Muchas veces leemos, oímos algo y la semilla del mensaje cae en tierra yerma. Nuestra alma no está receptiva a esa semilla y ésta no germina. Nuestro intelecto entiende el mensaje, pero apenas se da cuenta de que la semilla no ha agarrado, y el mensaje es hueco, vacío de espíritu y de vida.
Es obvio que una persona, en su vivir diario, afecta sobre todo lo que le rodea. De ese hecho obvio, la parte más obvia es que uno afecta a todas las personas con las que se encuentra en el día. No podemos medirlo con precisión, y en nuestra imagen del mundo eso es casi sinónimo de que no ocurre, o más precisamente, sinónimo de que puede que ocurra, pero no afecta. No interviene en la ecuación, luego es irrelevante: suma cero. El problema es que sí interviene en la ecuación, pero no hay forma de encuadrarlo en ella.
Afectamos a toda la gente con la que nos cruzamos todos los días de nuestra vida. Nos demos cuenta o no. Se den o no cuenta esas personas. Simplemente ocurre. Una muestra de que desechamos esto por no encajar en la ecuación, por no saber cómo exactamente afectamos, por ignorar qué hubiese ocurrido sin estar nosotros en ese instante; es lo solos e insignificantes que muchas veces nos sentimos.
Pero, mira por dónde, a veces la muerte viene a soplarnos lejanamente, como con una brisa suave, y nos trae el aroma que nos hace falta para darnos cuenta de esta realidad, tantas veces repetida, tantas semillas en tierra yerma.
Muere alguien cercano, quizá da lo mismo cuánto de cercano. Rememoramos a esa persona, evocando los momentos que hemos compartido con ella. Ahí se nos hacen ovbios instantes de influencia de esa persona sobre nosotros (y de nosotros hacia ella, aunque solemos ser conscientes más de lo otro, en esos momentos). Cada ser humano que conocía a quien se ha ido rememora momentos así. A veces parece que hay hilos invisibles que enlazan al ausente con los lugares y los objetos con los que convivía. ¿No es eso influencia?
Somos como inmensas redes, como mares, unos en otros. Todo el tiempo. Ninguna vida es en vano.
---
(Para una Campesina y su abuela).
Es obvio que una persona, en su vivir diario, afecta sobre todo lo que le rodea. De ese hecho obvio, la parte más obvia es que uno afecta a todas las personas con las que se encuentra en el día. No podemos medirlo con precisión, y en nuestra imagen del mundo eso es casi sinónimo de que no ocurre, o más precisamente, sinónimo de que puede que ocurra, pero no afecta. No interviene en la ecuación, luego es irrelevante: suma cero. El problema es que sí interviene en la ecuación, pero no hay forma de encuadrarlo en ella.
Afectamos a toda la gente con la que nos cruzamos todos los días de nuestra vida. Nos demos cuenta o no. Se den o no cuenta esas personas. Simplemente ocurre. Una muestra de que desechamos esto por no encajar en la ecuación, por no saber cómo exactamente afectamos, por ignorar qué hubiese ocurrido sin estar nosotros en ese instante; es lo solos e insignificantes que muchas veces nos sentimos.
Pero, mira por dónde, a veces la muerte viene a soplarnos lejanamente, como con una brisa suave, y nos trae el aroma que nos hace falta para darnos cuenta de esta realidad, tantas veces repetida, tantas semillas en tierra yerma.
Muere alguien cercano, quizá da lo mismo cuánto de cercano. Rememoramos a esa persona, evocando los momentos que hemos compartido con ella. Ahí se nos hacen ovbios instantes de influencia de esa persona sobre nosotros (y de nosotros hacia ella, aunque solemos ser conscientes más de lo otro, en esos momentos). Cada ser humano que conocía a quien se ha ido rememora momentos así. A veces parece que hay hilos invisibles que enlazan al ausente con los lugares y los objetos con los que convivía. ¿No es eso influencia?
Somos como inmensas redes, como mares, unos en otros. Todo el tiempo. Ninguna vida es en vano.
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(Para una Campesina y su abuela).
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